lunes, 28 de septiembre de 2015

"El príncipe feliz", de Oscar Wilde

        -Ahora que estás ciego -dijo- permaneceré a tu lado para siempre.
        -No, mi golondrinita -dijo el desdichado Píncipe-, debes partir para Egipto.
        -Permaneceré a tu lado para siempre -insistió la golondrina, y se durmió a los pies del Príncipe.
     Al siguiente día, se posó en el hombro del Príncipe y le relató todo lo que había conocido en extraños países.
     Le contó de las ibis rojas, que se alinean en largas filas en las márgenes del Nilo y pescan peces dorados con sus picos; le contó de la Esfinge, tan anciana como el mundo, que habita en el desierto y todo lo sabe; le contó de los comerciantes que caminan junto a sus camellos lentamente y en sus manos llevan rosarios de ámbar; le contó del Rey de las Montañas Lunares,que es tan negro como el ébano y adora al gran cristal; le contó de la enorme serpiente verde que duerme sobre una palmera y a quien veinte sacerdotes se encargan de dar de comer pasteles de miel; le contó de los pigmeos, que navegan sobre anchas hojas lisas en un lago enorme y siempre están en guerra con las mariposas.
         -Golondrinita querida -el Príncipe dijo- , relatas cosas maravillosas pero aún más maravilloso es cuánto los hombres sufren. Ningún misterio es más grande que la miseria. Golondrinita, vuela por la ciudad y cuéntame todo lo que veas.
      Voló entonces la golondrinita a través de la gran ciudad. Y vio a los ricos que en sus soberbios palacios se regocijaban mientras a sus puertas estaban sentados los mendigos. Voló por callecitas sombrías y vio rostros de pálidos niños que morían de hambre mientras en las calles negras los miraban con indiferencia. Había dos chiquitos acostados bajo un puente, uno abrazado al otro para darse calor.
          -¡Cuánto hambre tenemos! - se decían.
          -¡Fuera de ahí! -los increpó un guardia y debieron alejarse bajo la lluvia.
      Volvió entonces la golondrina al lado del Príncipe y le contó todo lo que había visto.
          -Estoy todo cubierto de un oro muy fino -dijo el Príncipe- , despréndelo hoja por hoja y entrégaselo a los pobres. Los hombres siempre creen que el oro puede traerles alegría.
      Hoja por hoja desprendió la golondrina el delicado oro, hasta que el Príncipe Feliz ya no tuvo ni resplandor ni belleza.
      Hoja por hoja distribuyó entre los pobres el delicado oro y las caras de los niños recuperaron color y los chiquitos rieron y jugaron por las calles.
          -¡Tenemos pan! -gritaban.
      Llegó entonces la nieve y después de la nieve el hielo. Parecían de plata las calles, tanto brillaban. Largos como puñales colgaban los carámbanos en los aleros de las casas. Toda la gente se abrigaba con pieles y los nenes lucían gorros coloridos y patinaban sobre los hielos.
      La pobre golondrinita sentía frío, cada vez más frío; y no quería dejar al Príncipe, lo amaba demasiado. Picoteaba las miguitas en la entrada de la panadería cuando nadie la veía y luego intentaba calentarse agitando sus alas.
      Pero, finalmente, comprendió que iba a morir. Aún tuvo fuerzas para volar hacia el hombro del Príncipe.
          -¡Adiós, querido! -musitó- ¿Me dejas besar tu mano?
          -Golondrinita, me alegro porque al fin partes a Egipto -le dijo el Príncipe- . Has estado aquí demasiado tiempo. Mas bésame en la boca, porque te quiero tanto.
          -No parto hacia Egipto -respondió la golondrina- . Voy hacia la casa de la Muerte. ¿Es hermana del Sueño la Muerte, no?
      Besó al Príncipe Feliz en la boca y cayó a sus pies muerta.
      En ese mismo momento resonó en el interior de la estatua un crujido, como si algo se hubiese quebrado en ella. El corazón de plomo se había roto. Indudablemente hacía un terrible frío.
      A la siguiente mañana, salió el alcalde a pasear por la plaza con los concejales de la ciudad.
      Al pasar junto a la columna, levantó su vista hacia la estatua.
          -¡Vaya-dijo- , qué aspecto tan desaliñado tiene el Príncipe Feliz!
          -¡Absolutamente desaliñado! -corearon los concejales, que siempre sostenían la misma opinión que el alcalde. Y todos subieron a examinarlo.
          -Se ha caído el rubí de la espada, han desaparecido sus ojos y ya no es dorado -el alcalde dijo- . En una palabra: un mendigo.
          -¡Un mendigo! -corearon los concejales.
          -Y hay un pájaro muerto a sus pies -continuó el alcalde- . Será necesario promulgar una ley que prohiba a los pájaros venir aquí a morir.
      Y el secretario anotó la idea.
      Así mandaron derribar la estatua del Príncipe Feliz.
          -Como ya no es hermoso, no sirve de nada -explicó el Profesor de Estética de la Universidad.
      Luego fundieron la estatua y el Alcalde reunió al municipio para decidir qué se haría con el metal.
          -Podríamos -propuso- , construir otra estatua. Por ejemplo, la mía.
          -O la mía -coreó cada uno de los concejales.
      Y comenzaron a discutir. La última vez que los escuché continuaban discutiendo.
          -¡Qué asunto más extraño! -se dijo el encargado de la fundición- . El corazón de plomo no quiere fundirse, habrá que arrojarlo a la basura.
      Y lo tiraron en el basurero donde yacía la golondrina muerta.
          -Trae las dos cosas más valiosas de la ciudad- le dijo Dios a uno de sus ángeles.
      Y ese ángel le llevó el corazón de plomo y el ave muerta.
          -Has elegido correctamente- dijo Dios- , ya que en mi jardín del Paraíso este pajarito cantará eternamente y en mi ciudad dorada el Príncipe Feliz me alabará.
 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Feynman y los poetas

Los poetas dicen que la ciencia anula la belleza de las estrellas, simples esferas de átomos de gas. Yo también puedo ver y sentir las estrellas en las noches del desierto, ¿pero veo más o menos que ellos? La inmensidad del cielo ensancha mi imaginación; atrapado en este carrusel, mis pequeños ojos captan luz de un millón de años de antigüedad, una enorme estructura de la que formo parte. ¿Cuál es su patrón, cuál es su porqué? El misterio no sufre cuando revelamos algo de él, porque la realidad es mucho más maravillosa que lo que cualquier artista del pasado pudo haber imaginado. ¿Por qué los poetas del presente no le cantan a ella? ¿Qué tipo de personas son unos poetas que hablan de Júpiter como si fuera un hombre, pero si es una inmensa esfera giratoria de amoniaco y metano permanecen mudos?

Richard Feynman, "The Feynman Lectures on Physics"